el último aliento a exhalar
por un pueblo menguante
ya mínimo, rozando lo desértico,
será la risa compartida
de quien enhebra en anécdotas
su recuerdo comunal.
un pueblo muerto
seguirá vivo
mientras siga teniendo un lugar que habitar
en evocaciones superpuestas
que se arrastran en nuestros recuerdos,
se escurren por nuestros labios.
si la memoria desdibujada
puede aún armarse
de nitidez suficiente
como para saber ser pronunciada
por nuestras bocas,
su historia compartida
por miles de miradas añejas,
(unas presentes, otras invocadas)
seguirá teniendo peso, seguirá siendo innegable y la línea de meta avanza un pasito más lejos y aún no llegamos a pisar con nuestros pies de borrachos su malintencionado juramento, aún no es más que una amarga promesa una corazonada o una premonición, que acechante sus manos alarga y por el momento no nos consigue alcanzar.